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El caballero blanco de 2010 - Oh angel sent from up above

Mi historia con las oposiciones


- Prólogo - Believer

- La decepción de 2006 - Only human

- El fracaso de 2008. -19 días y 500 noches después

- El caballero blanco de 2010- Oh ángel sent from up above.

- La semilla de 2012 - Moving. 

- Los experimentos de 2014 - Es mentira

- La prueba beta de 2016. - Whatever it takes

- El último gran héroe de 2018. - Eso que tú me das

- La prueba de fuego de 2021 - A contracorriente

- La mentalidad sublime de 2023. (en curso)


Consejos para afrontar las oposiciones de educación (Próximamente)


Para estas oposiciones de 2023 he decidido elaborar una guía y unos consejos para ayudar a los miles de opositores que sueñan con una plaza. Pero para entender todo lo que tengo que contar es necesario que conozcas primero mi historia. Hoy seguimos con la tercera parte: el caballero blanco de 2010.


El caballero blanco de 2010

En el año 2008 había dejado definitivamente la preparación de las oposiciones. Estaba convencido de que había un método de diferenciación que yo simplemente desconocía, y que por lo tanto, no tenía sentido seguir intentándolo, ya que tropezaría una y otra vez con la misma piedra. Una vez abandonada toda intención de retomar el estudio, mis objetivos se dirigían de nuevo a la empresa privada, y en concreto, a volver a trabajar en banca. Solamente había un problema: acababa de estallar la crisis financiera mundial. 

 

La crisis fue especialmente dura para el sector bancario español, que se había sobredimensionado fruto de la burbuja inmobiliaria de principios de siglo. Al igual que la década anterior supuso que cada día se abrieran nuevas oficinas y contrataran trabajadores, desde 2008 se inició el camino inverso. Para ponernos en situación, hoy en día solo quedan el 50% de las oficinas que había en 2008, y se ha reducido casi el 40% de los puestos de trabajo. Por lo tanto, no es que aquellos que intentáramos encontrar trabajo en la banca a partir del verano de 2008 lo tuviéramos difícil. Es que fue completamente imposible.

 

Era realmente frustrante. Habíamos pasado una época en 2005 o 2006 donde un licenciado echaba su currículum y a los pocos días estaba trabajando. Una época en donde las grandes empresas tenían incluso que contratar a trabajadores sin una carrera especializada en el campo dicha empresa. Muchas veces, incluso se contrataban a universitarios en su último año de carrera, todavía sin acabar. Ahora, habíamos pasado a otra época donde los más jóvenes eran despedidos y en donde podías enviar 50 currículums y no recibir una simple respuesta.

 

Fueron unos meses muy duros, porque con 26 años recién cumplidos, uno veía como se le cerraban todas las puertas a las que llamaba. En cualquier caso, dicen los creyentes que Dios aprieta pero no ahoga, y poco después se me abriría una oportunidad que recibí con los brazos abiertos: trabajar en la universidad. En un inicio, entré con un trabajo a media a jornada, de 10:00 a 14:00 , donde participaba en diferentes proyectos. Sin embargo, una vez dentro, la universidad me permitía dibujar una nueva hoja de ruta. El objetivo era estudiar allí un doctorado y empezar a dar clases en la carrera de ADE o de Economía. 

 

Optimista por naturaleza, veía como la nueva vía que se me había abierto podría incluso superar a la anterior. Al trabajar en la universidad de Albacete, no tendría que recorrer carreteras como tantos otros compañeros de secundaria habían hecho. Estudiar el doctorado me permitía seguir formándome, y dar clase a alumnos universitarios me resultaba de los más estimulante. Con esta nueva hoja de ruta dibujada en mi cabeza, la motivación y determinación que había perdido meses atrás volvió a mi vida. Pasaron los meses y todo discurría según lo previsto. Las oposiciones de secundaria estaban olvidadas, y todos los días iba a trabajar a mi propio despacho en la universidad con una enorme sonrisa en mi cara. 

 

Hasta que en mayo de 2009 una persona iba a entrar en ese despacho para cambiarlo absolutamente todo.

 

Era una mañana como cualquier otra, fría, como son todas las mañanas en Albacete desde septiembre hasta junio. En mi despacho se presentó “JC” un hombre de unos 40 años, que me explicaba que era un profesor de FP que trabajaba como asociado impartiendo una asignatura en la universidad. En mi despacho estaba yo solo, así que me pidió permiso para poder usar uno de los ordenadores libres con los que matar el tiempo hasta la hora que comenzaba su clase.

 

Se sorprendió de mi juventud y me preguntó qué hacía en la universidad y cómo había llegado allí. Así que yo, que como ves no me gusta hablar de mi historia, le conté con todo lujo de detalles mi experiencia en las oposiciones de 2006 y 2008. Le sorprendió enormemente mi capacidad para poder memorizar 67 temas en mi primera oposición. Sin embargo, no estaba tan sorprendido por la nota que había obtenido. Me explicó que, junto a su cuñado, había preparado oposiciones de economía, y cómo prácticamente todo el mundo que se había preparado con ellos, había conseguido plaza en el primer o segundo intento.

 

Me habló de un método de preparación que no tenía que ver absolutamente nada con lo que yo había oído antes, y como, aunque él ya no preparaba, su cuñado “J”, todavía lo seguía haciendo. La conversación que lo cambió absolutamente todo fue la siguiente:

 

JC. Mira Javi, el problema que has tenido es que no has dado con el preparador adecuado. Si te preparas con “J” te aseguro que el resultado será diferente.

 

Javi. Muchas gracias “JC” pero he decidido que no voy a volver a opositar, la decisión está muy reflexionada.

 

JC. Pero deberías escuchar lo que “J” tiene que contarte, una persona con tu capacidad se sacaría la plaza con su método sin ningún problema. Te digo que es el mejor preparador de toda Castilla La Mancha.

 

Javi. Muchas gracias, pero de verdad que ya he tenido suficiente con las oposiciones. Aquí en la universidad soy ahora feliz.

 

JC. Bueno, esta es la dirección de su trabajo. Yo creo que al menos deberías escucharle. No sé, ¿qué tienes que perder por hablar con él?

 

Lo cierto es que de verdad había decidido abandonar las oposiciones de secundaria y estaba totalmente determinado con mi nueva hoja de ruta. Sin embargo, me picaba la curiosidad sobre lo que este tal “J” tenía que contarme. ¿Sería él ese misterioso preparador del que “S” me había hablado un año antes? Y además, por otra parte, no era menos cierto que no tenía absolutamente nada que perder.  Así que, al día siguiente, me dirigí a su trabajo.

 

Lo primero que hizo “J” fue hablarme de sus logros como preparador. Me explicó como llevaba muchos años preparando a opositores y cómo la mayoría había conseguido plaza con él. Me aseguró que la mitad de los profesores en activo de Castilla La Mancha habían pasado por sus manos. Cuando le conté lo mucho que había estudiado en convocatorias anteriores, me garantizó que con esa capacidad de trabajo ya tendría la plaza hace mucho tiempo si me hubiera preparado con él. Me habló de como era dicha preparación, donde se le pone un estricto calendario de simulacros de temas y defensas al opositor que este debe cumplir y en donde recibe puntuales correcciones. Sin necesidad de ver uno de mis temas, me detalló todos los errores que había cometido en las oposiciones, y como dichos errores te llevan, irremediablemente, al fracaso. Por último, me enseño en su ordenador una lista de opositores que iban a empezar con él en septiembre y me instó a apuntarme en ella. 

 

Después de nuestra conversación cabía poca duda de que este era el preparador del que me había hablado “S”, una especie de gurú que sabía todos los secretos de las oposiciones y que, aparentemente, convertía en oro todo lo que tocaba. En ese momento me encontré ante una encrucijada. Por una parte, había jurado y perjurado que nunca jamás opositaría y que mi andadura en las oposiciones había llegado a su fin. Pero por otra parte, ante mi se presentaba una oportunidad única de trabajar con “J”, una persona que me proponía un método completamente diferente de trabajo, una persona de la que aprendería a remediar todos los errores que se cometen una oposición y que me garantizaba una plaza. Luego estaba la parte emocional, ese dolor que suponía haber suspendido dos oposiciones después de haberme vaciado por dentro. El continuo pitido en tus oídos de personas que te hablaban de “suerte”. Ese puñal clavado en el corazón que te recordaba que el sistema de oposiciones te había doblegado. 

 

Después de mucho reflexionar, llegué a la conclusión de que mi hoja de ruta en la universidad podría permanecer inalterada si decidía dar un último intento a las oposiciones de secundaria. Podría combinar el trabajo por la mañana con el estudio, y si volvía a suspender, siempre podría empezar el doctorado en septiembre de 2010 una vez acabadas las oposiciones de ese año. Estaba resuelto, llamé a “J” y le dije que contara conmigo para empezar en ese septiembre de 2009. Me acababa de dar a mi mismo una merecida última oportunidad, pero tenía claro en mi cabeza, que pasara lo que pasara, esa oportunidad supondría para mí “el último baile”. La oposición se había convertido en algo personal.

 

Llegó septiembre de 2009 y “J” nos convocó a una pequeña reunión a todos los opositores para explicarnos como sería el método de preparación. Cuando llegué, lo primero que hice fue buscar a “S”, ya que de no haber sacado plaza, era muy probable que siguiera en la preparación. En efecto, allí estaba ella. Me contó como después de sacar una gran nota en el examen y obtener una media de 9,8 en la defensa de la programación y la unidad, se había quedado a unas pocas décimas de la plaza. Eran los efectos de la transitoria, que suponían una inmensa ventaja para los interinos, y que dejaron en la estacada a brillantes aspirantes como “S”, que vieron como tras una oposición perfecta, apenas serían llamados a sustituciones.

 

Ya en la reunión, al más puro estilo “J”, nos dejó bien claras todas las normas, las cuales eran “irrebatibles”, e invitó a quien no estuviera de acuerdo con alguna de ellas a marcharse en ese momento. En su presentación dejó bien claro que estar con él suponía una gran oportunidad, que tenía lista de espera, por lo que solo quería a opositores que estuvieran a muerte con su estilo de preparación. Nos recalcó las muchas plazas que había conseguido en los últimos años y como no había nada malo en admitirlo . “Hay mucha gente que me llama prepotente – nos explicó“J”- pero es que es cierto que la mitad de las plazas de economía en Castilla La Mancha, las han sacado personas que yo he preparado”. A mi personalmente me fascinaba su personalidad, un auténtico derroche de seguridad que se filtraba por todos los poros de la piel. Según él mismo nos contaba, no todo el mundo lo veía así, y es que a veces, la línea que separa la confianza de la arrogancia es de lo más delgada.

 

Algunas de las normas que sorprenderán a algunos son las siguientes.

 

- Como preparador no nos daba ningún temario. Era labor del propio opositor elaborarse sus propios temas desde cero. “Más vale que os hagáis socios de una buena biblioteca”- nos decía “J”.

 

- Cada dos semanas tendríamos que hacer un simulacro de examen de dos horas de duración. Los exámenes se hacían en el mismo lugar de la preparación, así que no te podías inventar nada para no hacerlo. Sin excusas, si no puedes seguir el ritmo este no es tu sitio.

 

- También cada dos semanas tienes que hacer una defensa de programación o de unidad. Las defensas son desde el primer día. Sin excusas, si no haces defensas delante de los compañeros, este no es tu sitio.

 

Con todo esto, todos teníamos un calendario. Una semana teníamos que hacer un simulacro de examen y a la siguiente una defensa. Sin descanso.

 

Nota: viendo las últimas generaciones de opositores a veces me pregunto si “J” tendría hoy en día algún opositor con este sistema. Me he encontrado con opositores que lo único que quieren es un tema de 12 o 13 caras que tengan que memorizar al pie de la letra, y que se espantan si su preparador les da un tema que tienen que resumir. No me imagino lo que sería que a estas nuevas generaciones les digan que no le van a dar temario y que ellos son quienes tienen que elaborarlo de cero.  Con la excusa de “no tengo tiempo”, la ley del mínimo esfuerzo se ha filtrado por toda la sociedad. 

 

Después de la reunión “J” me apartó del grupo y me explicó las dificultades que supondría el sistema de la transitoria para mí. Me explicó, como al igual que le había pasado a “S”, que la plaza supondría un imposible y cómo, ni siquiera con un 10 en todas las partes, podría adelantar a los interinos. En esa época con la parte de formación podías obtener un máximo de 4.  Así,  un aspirante con un 10 en cada una de las tres partes de la oposición nunca podría superar a un interino con mucha experiencia que sacara un 5 en el tema y un 5 en la programación (recordemos que la transitoria les daba un 10 automático en la unidad). Los cálculos eran los siguientes.

 

Aspirante sin experiencia

 

- Tema: 10

- Programación: 10

- Unidad: 10

 

Nota media oposición: 10

Nota concurso: 4

 

Nota concurso oposición: 10*60% + 4*40% = 7,6

 

Interino con mucha experiencia

 

- Tema: 5

- Programación: 5

- Unidad: 10 (nota automática por el informe)

 

Nota media oposición: 6,67

Nota concurso: 10

 

Nota concurso oposición: 6,67*60% + 10*40% = 8

 

 

Los cálculos estaban ahí y eran innegables. Pero recuerdo que, en ese momento, lejos de amilanarme, le dije a “J” que contaba con que él me iba ayudar a cumplir mi parte de los cálculos, es decir a conseguir sacar un 10 en todos y cada uno de los exámenes, y que luego veríamos cuantos interinos cumplían su propia parte. “J” se quedo callado unos segundos, me miró y sonrió. “Empezamos a trabajar para conseguir ese 10”.

 

Para empezar a trabajar el tema escrito, “J” me dijo que le llevara uno de los temas que había hecho en las oposiciones anteriores. Después de examinarlo detenidamente me apuntó que ese tema carecía de los principales aspectos que pueden llegar a hacer un tema especial, y que un examen con este contenido, en el mejor de los casos, me supondría obtener un 4 de nota. Me dio una guía de unas 20 páginas con muchos consejos para empezar y me dijo “sin pelos en la lengua” que podía tirar a la basura todos los temas que tenía de la academia anterior. Si quería tener opciones de una plaza, debía empezar a elaborar los temas de cero. Esa guía se convirtió en una biblia para mí, y una palabra destacaba por encima de las demás: DIFERENCIACIÓN. Tus temas, deben ser diferentes a los demás.

 

En cuanto a mi planificación, en esta ocasión había muchos aspectos diferentes a tener en cuenta. Por la mañana trabajaba en la universidad de 10 de la mañana a 2 de la tarde. Además, tenía que elaborar los temas de cero, algo que me supondría una gran cantidad de tiempo. Por otra parte, había que tener en cuenta que desde el primer día empezábamos con tanto simulacros de exámenes como defensas semanales, que debían ser preparados. 

 

Pronto me di cuenta de que el tiempo con el que contaba era bastante limitado y que debía estirar las 24 horas del día. Me levantaba a las 6 de la mañana para empezar a estudiar en casa lo que había preparado la tarde anterior. A las 8 de la mañana cogía el coche y me dirigía a mi despacho en la universidad, siempre repasando mentalmente durante el trayecto lo que acababa de estudiar. De 8 a 10 estudiaba ya en mi despacho hasta el momento de empezar mi jornada laboral. Mientras mis compañeros hacían un pequeño descanso a las 12, yo pedía un café para llevar y seguía repasando en mis escasos minutos de parón.  Al llegar las dos, cuando acababa mi jornada laboral, ya había conseguido sacar 4 horas de estudio.

 

Después de comer, a las 4, me iba a la biblioteca de la universidad, donde cogía para mi solo una mesa para seis personas y extendía 15 o 20 libros. De a 4 a 8 me pasaba toda la tarde leyendo libros de economía y elaborando desde cero mis propios temas. Es increíble lo poco que sabía de economía después de obtener una carrera universitaria y de haber estudiado 67 y 52 temas de oposición durante dos convocatorias consecutivas. Mis conocimientos empezaron a expandirse y cada vez disfrutaba más con la lectura. Muchas veces sacaba los libros de la biblioteca y continuaba leyendo por placer hasta tarde por la noche, aún sabiendo que a las 6 de la mañana empezaba otra extenuante jornada de estudio.

 

En unas pocas semanas, mi sistema de estudio había cambiado por completo. Ya no se trataba de memorizar con pelos y señales una cantidad ingente de temas. Ahora se trataba de saber más de economía, de reflexionar sobre todos los conceptos que leía, y en última instancia, elaborar mi propio tema a partir de todas estas reflexiones. Una vez elaborado, el proceso de estudio se volvía mucho más ameno, ya que uno sabía por qué se había añadido un párrafo, o por qué detrás de un párrafo iba otro. A medida que la memorización dejaba paso a la reflexión, las horas en la silla cada vez pesaban menos. Sin embargo, una cosa era que el proceso se estuviera volviendo más interesante y que mis conocimientos de la materia se estuvieran multiplicando, y otra cosa muy distinta es que de la noche a la mañana hubiera aprendido a hacer un tema de oposición. “J” nos había dado una guía inicial con una serie de consejos para diferenciar los temas, pero la hora de la verdad llegaba con los simulacros cada 15 días. 

 

“J” había conformado un grupo con otro par de chicas que venían en algunas sesiones de preparación, chicas que habían obtenido plaza un par de convocatorias atrás, y que comprendían el método de preparación a la perfección. Los tres se iban turnando por días, de manera que recibíamos consejos y correcciones de los tres. “J” era especialmente duro con los simulacros de temas escritos. Cada corrección se componía de varias hojas donde te comentaba todos los fallos apartado por apartado (a veces párrafo a párrafo), y finalizaba con una conclusión con la que te explicaba las muchas cosas que quedaban por mejorar. Todo acababa con una nota numérica que rara vez llegaba al 5. En mi caso, aunque iba haciendo progresos, todos mis primeros simulacros eran calificados como suspenso y tardé varios meses en que me dijera que mi tema era aceptable. No que era bueno, simplemente aceptable.

 

Lejos de provocar desmotivación en mí, el resultado era el contrario. Por primera vez alguien me estaba diciendo con todo lujo de detalles todo lo que hacía mal. Una vez recibidas las correcciones, los fallos eran innegables, y por fin entendía por qué mis temas habían sido calificados tan mal en convocatorias anteriores. Con lo que estaba aprendiendo, si yo mismo hubiera tenido que calificar esos temas que había realizado en las oposiciones, dudo que me hubiera puesto ni siquiera un 2 de nota. Después de todo, si los tribunales me habían puesto un 3, incluso habían sido generosos conmigo. Cuando recordaba que la gente me había hablado de que la nota era una lotería, me venía una carcajada.

 

Por otro lado, teníamos la parte de programación y unidad didáctica. El primer día, “J” nos explicó como tendríamos que hacer una defensa de 30 minutos. Nos dio unos cuantos consejos y nos puso un calendario en donde cada uno tenía que hacer exposiciones de 30 minutos cada 15 días. Así desde el primer día, había que hacer defensas sin poder poner excusas de “no he tenido tiempo de prepararlo ”, o “no me lo sé bien”. Estas eran las normas y si no cumplías esa no era tu preparación. Allí ibas a exponerte, a veces a pasarlo un poco mal, y en última instancia, a que “J” te apretara las tuercas.

 

Porque si hay algo que yo he aprendido en los últimos años preparando a opositores es algo que “J” sabía mucho antes de conocerme a mí. Que los opositores siempre buscan excusas para no cumplir. A nadie le apetece ponerse a memorizar un tema cuando quedan 10 meses para el examen, y mucho menos tener que escribirlo durante 2 horas hasta el punto que te duele la mano. A nadie le apetece tener que saberse de memoria media hora de exposición, sin poder llevar nada de apuntes y exponerse delante de los compañeros. Los opositores son especialistas en poner excusas, porque hacer un simulacro de tema una semana y una defensa a la siguiente, sin descanso, es agotador. Nadie cumple y todo el mundo pone  excusas. Luego viene el suspenso y la culpa siempre es de otros.  

 

Así que cuando llegaba tu día de exposición cada 15 días, había dos cosas claras: la primera, que no te podías escaquear, y la segunda, que si no cumplías “J” te iba a dar tu merecido. Y es que las defensas de la programación y la unidad eran las joyas de la corona de la preparación de “J” y eran llevadas a cabo como si fueran prácticamente actos espirituales.  En esas sesiones, todo, absolutamente todo, era entrenado hasta el más mínimo detalle.

 

Aquí 5 aspectos de hasta qué punto todo estaba organizado.

 

1. Una hora antes de que nos tocara hacer la defensa teníamos que meternos una hora en otro aula para preparar la exposición. El objetivo era simular la hora de encerrona que tenemos el día de la oposición. Muchos opositores no tienen muy claro qué les dará tiempo a hacer en esa hora y el día de la oposición la desperdician. Nosotros habíamos practicado esa situación 20 veces.

 

2. No puedes llevar ningún papel excepto el guión de la UD que te permitirían el día de la oposición. ¿Si no se te permite allí, por qué te lo iban a permitir en la preparación?

 

3. La defensa es como una obra de teatro. Todo, desde el “buenos días, me llamo xxxx” debe estar ensayado y practicado 1000 veces. La postura del cuerpo, cómo coges la tiza, qué escribes en la pizarra, cuando te giras al tribunal, cuando elevas la voz, cuando haces una pausa, qué palabra enfatizas, qué hacer si te quedas en blanco, etc. TODO es entrenable. 

 

4. Hay que estar preparado para cualquier cosa que pueda pasar. Una vez un amigo me contó que estaba haciendo las oposiciones de magisterio. A media exposición un miembro del tribunal sacó su móvil, se levantó y salió del aula. El que ha estado en una oposición sabe que cualquier mínima distracción a media defensa te puede hacer perder la concentración, así que mi amigo se empezó a poner nervioso. Al minuto, el mismo miembro del tribunal abría la puerta, e interrumpiendo la defensa de mi amigo preguntó en voz alta al resto de miembros qué ingredientes querían en la pizza. Mi amigo me contó que se quedó tan perplejo que a partir de ahí apenas pudo seguir con la defensa y acabó suspendiendo. No cabe duda de que la actitud del miembro del tribunal fue, cuanto menos, cuestionable, pero también es cierto que incluso esas situaciones pueden ser entrenadas. Pero ¿cómo? ¿acaso podemos prever que un tribunal va a pedir una pizza en voz alta en el medio de nuestra defensa?

 

“J” era un especialista en crear situaciones límite. De todas ellas mi favorita es un día que trajo un perro a la sesión de la preparación. Nos dijo que lo sentía pero que no había podido dejarlo en casa. Lo dejó suelto y nos dio la instrucción de no hacerle caso, y que sin importar que hiciera el perro, había que continuar. Conforme empezaron las exposiciones, el perro empezó a ladrar, en ocasiones se venía donde tu estabas y daba vueltas alrededor tuyo, en otras  iba a morderte el pantalón. La cuestión es que era incómodo los primeros 5 minutos, pero pronto, te olvidabas de su presencia. Todo es entrenable.

 

5. Correcciones bastante duras. No era ningún secreto que muchos compañeros temían las correcciones de “J”. Una vez que acababas la defensa llegaba su momento, en donde te desmenuzaba uno a uno todos los fallos que habías cometido. Los comentarios de “J” eran muy sarcásticos en muchas ocasiones y los compañeros bromeábamos con su parecido con las intervenciones de Risto Mejide. La frase “eres como un consolador, perfecta en la ejecución, pero totalmente desprovista de sentimiento” fue en realidad dicha por Risto en una gala de OT, pero podría haberla dicho el mismo “J”. Recuerdo que algunos compañeros se molestaban a veces, pero pronto quedó claro el objetivo: una vez que las habíamos pasado canutas tantas veces delante de “J”, el día de la oposición los miembros del tribunal nos parecerían hermanitas de caridad. De hecho, una vez acabado el proceso, todos coincidimos en que la hora delante del tribunal había resultado un paseo comparado con media hora delante de “J”.

 

No hace falta decir que “J”, al igual que Risto, suscitaba opiniones enfrentadas entre los opositores. Unos lo temían y otros lo veneraban. Yo, personalmente, lo adoraba. Siempre he sentido admiración por personas que derrochan confianza (como “J” y como Risto), personas que te dicen las cosas claras y que te empujan hacia tus límites, siempre con la intención de sacar lo mejor de ti. Sus tretas como la del perro y sus comentarios sarcásticos siempre me hicieron mucha gracia. Después de todo, detrás de su fachada, se encontraba un auténtico genio en el arte de sacar una plaza en las oposiciones. Así, desde el principio me tomé al pie de la letra todas sus correcciones y sugerencias, sin cuestionar por un segundo nada de lo que me decía. Su palabra era ley para mí.

 

En mi caso particular los inicios con las defensas no fueron sencillos. Recuerdo que después del primer día, una vez que “J” había dado una primera clase teórica sobre como hacer la defensa, me tocó ser el primero la semana siguiente. Acabé bastante contento, como tantos opositores acaban con sus defensas en las oposiciones. A priori, había seguido los consejos que me habían dado, no me había trabado ni una sola vez y había tenido bastante fluidez. Una vez acabado, llegaron las correcciones de “J”. – “Mala postura en la pizarra, mala letra, no miras al tribunal lo suficiente, malos esquemas, mala selección de los contenidos, etc”. La lista de errores fue más larga que la media hora que duró mi defensa. Pronto me di cuenta de que las defensas seguían los mismos patrones que los temas escritos. Todo el mundo acababa contento y pensaba que la nota dependía de la suerte. Pasan los años y yo sigo oyendo la mismas frase “yo hice la defensa bien, pero tuve la mala suerte de que no le gustó al tribunal”. Pero una vez más, cuando alguien te desmenuza todos los errores uno a uno, es innegable que tu defensa no está a la altura.

 

Sin embargo, el tema cuenta con una ventaja respecto a la defensa de una programación. El tema se queda en un papel, y cuando recibes las correcciones los errores son evidentes, están ahí delante de ti y son innegables. Pero la defensa se pierde en el aire,  y por tanto los errores son más difíciles de subsanar. Con los años he aprendido que todo el mundo piensa que hace bien las defensas y que niega sus errores incluso aunque se los señales claramente. En los últimos años, mucha gente ha acudido a mí con esta canción, diciendo que no entendían por qué sacaban un 6 en la defensa cuando lo hacen “perfecto”. Les pedía que me hicieran la defensa y una vez apuntados sus errores, seguían negando la mayor. Todo cambia cuando uno ve una defensa de verdad, una de esas que quitan el hipo. Una vez que las has visto, pasa igual que en el tema escrito, que piensas que si te han puesto un 6 en tu defensa, han sido muy generosos con la nota, porque  si comparas tu defensa con lo que acabas de ver…

 

Para mí, ese día que me quitó el hipo fue el segundo día de exposiciones, en donde todos estábamos expectantes por ver a “S”. No era para menos, “S” había obtenido un 9,8 en las defensas de la programación y la unidad didáctica en la convocatoria anterior, así que todos queríamos ver qué tenía de especial. Para ponernos en situación, recordemos que teníamos que hacer una encerrona de una hora antes de nuestras defensas. Así que cuando llegaba tu turno, “J” entraba en el otro aula donde estabas y te llamaba. En ese momento, debías entrar, presentarte y empezar con la defensa.

 

Fue como una de esas películas en donde la chica protagonista entra por primera vez en una escena, la película cambia a cámara a lenta y suena música de fondo. “S” entró con su vestido y sus tacones y era como si flotara en la pizarra. La manera en la que se movía, sus esquemas y la forma en la que todo quedaba perfectamente relacionado, todo formaba parte de una obra de arte de media hora de duración. A día de hoy, esa defensa es uno de los mayores espectáculos artísticos que nunca jamás he presenciado. 

 

Una vez presenciada dicha demostración de poderío, quedaban dos cosas claras: la primera, que cualquier tribunal que viera esa exposición la calificaría con una nota cercana a 10. La segunda, que todos los demás, incluido yo, estábamos a años luz de llegar a ese punto. Sin embargo, la parte positiva es que todavía teníamos todo el año por delante, y “S” había marcado un punto de referencia. 

 

Los meses pasaron y mis progresos se iban notando, en especial en la parte de las defensas. Con los temas escritos, en enero ya había conseguido elaborar 30 temas desde cero, y había recibido las correcciones de unos cuantos simulacros. Aunque “J” me había dicho que los temas ya empezaban a ser aceptables, sus calificaciones rara vez llegan al 6. Debemos recordar en este punto que estábamos en el sistema de la transitoria, y que, aunque consiguiera sacar un 10 en cada parte de las defensas, un 6 en el tema escrito me dejaría sin opciones. La plaza pasaba por acercarse al 10 en el tema escrito.

 

Enero supuso un punto de inflexión. A la biblioteca llegaron dos nuevos libros de economía, que con un estilo completamente diferente a los demás, explicaban de una manera refrescante e innovadora los 30 temas que ya tenía elaborados. Había que tomar una importante decisión, hacer alguna pequeña adaptación o romper todos los temas que ya tenía y empezar con este nuevo estilo. Entonces pensé en las claves de las que siempre nos hablaba “J”, “la diferenciación lo es todo”. Sin pensarlo dos veces, rompí todos los temas que con tanto esfuerzo había tardado en elaborar durante 4 meses, y empecé completamente de cero. 

 

En ese punto, ya había desarrollado una gran amistad con “S”. Era habitual que fuéramos a estudiar juntos a la universidad y que nos apoyáramos el uno al otro en las diferentes correcciones. Lo cierto es que nos complementábamos mutuamente. “S” derrochaba creatividad y me enseñaba todos sus trucos para mejorar en las exposiciones. Muchas veces pedíamos permiso para entrar en un aula y allí practicábamos defensas delante del otro. Yo por otra parte me encontraba devorando libros de economía y le explicaba los muchísimos conceptos que podrían ser incorporados a los diferentes temas para poder diferenciarlos.

 

Mientras tanto, mi planificación seguía siendo la misma. Por la mañana sacaba todas las horas posibles para estudiar y por la tarde, cuando no estaba con “S”, iba a la biblioteca a leer y elaborar temas. A finales de febrero ya había reelaborado los 30 temas anteriores, y a finales de marzo añadí otros 10 temas más. A partir de abril, la estrategia pasaba por repasar por la mañana los 40 temas e intentar añadir otros 12, como reserva, No había tiempo de elaborar de cero esos últimos 12 temas, así que cogería los que ya tenía de las oposiciones anteriores. Al fin y al cabo, los 40 temas que había elaborado me daban un 98,7% de posibilidades de que me saliera uno, y añadir otros 12, hasta 52, me garantizaba un 99,9% de posibilidades. No importaba que esos 12 fueran de menos calidad, ya que lo normal sería que no tuviera que hacer ninguno de ellos.

 

Una vez centrado desde abril en repasar por la mañanas, las tardes serían dedicadas al 100% a la programación didáctica. Perfeccionar el documento que había que presentar, elaborar todas las unidades didácticas, buscar actividades novedosas y hacer ensayos. Muchos ensayos. El objetivo durante esos 3 meses era buscar la perfección en las defensas. Rescaté un curso de oratoria que había realizado en la universidad y en donde te explicaban todos los secretos de un buen orador. Perfeccioné hasta el último detalle de mi exposición hasta el punto de que cada palabra, cada gesto, cada pausa, estaba planificada y entrenada. Todo tenía una razón de ser.

 

En esos últimos 3 meses, las valoraciones de “J” cambiaron completamente. Le impresionó la capacidad que tenía para transmitir delante de la pizarra y como era capaz durante una hora seguida, de tocar todos los puntos sin perder la concentración por un segundo. Respecto al tema escrito, me reconoció que el cambio que había realizado suponía una clara diferenciación y que eso se vería reflejado en la nota. Con sus continuos consejos y sugerencias de mejora, nos acercábamos cada vez más a esa perfección que nos habíamos propuesto muchos meses antes.

 

En esos últimos meses se confirmó que Castilla La mancha no sacaría plazas de economía en esa convocatoria. Así, de los 8 que seguíamos preparando con “J”, 6 iríamos a Andalucía (que sacaría 58 plazas) y 2 compañeros irían a otras Comunidades. No pasaba nada, “J” no parpadeo y empezamos a hacer los cambios necesarios adaptándonos a la Comunidad que nos presentaríamos, en mi caso Andalucía.

 

Llegó el momento de la oposición y el tribunal que se me asignó fue Málaga. Iba con 52 temas estudiados, de los cuáles había elaborado 40 desde cero. Cuando salieron las bolas, dos de los temas eran de los pocos que no me había estudiado y había otros dos de los que no había elaborado nada, sino que me los sabía de mis oposiciones anteriores. No cabía ninguna duda de que solo tenía una opción: ir con el tema que había elaborado yo mismo y al cual le había dado un enfoque diferente al habitual de otros opositores. Lo particular de las 5 bolas, es que el tema que elegí era de los que son relativamente sencillos de estudiar y el 80% de los opositores lo eligieron (los otros 4 eran temas más “feos”). 

 

Cuando la gente salía del examen, la mayoría iba literalmente haciendo la ola. La mayoría presumía de haber hecho el tema “perfecto”. Mientras algunos señalaban en voz alta que habían puesto “x”, los demás se regodeaban porque, en efecto, tenían justo lo mismo que sus compañeros. Cuando una chica se giró y me preguntó a mí, le dije que no había puesto ni la mitad de las cosas que estaban hablando, pero que había añadido otras distintas. La mayoría de opositores me miraron con cara de pena, pensando que me acababa de eliminar de la oposición. En el fondo no les culpo, ya que eso es lo que nos han enseñado en el instituto y en la universidad. Si salíamos de un examen y todas nuestras respuestas coinciden con las de nuestros compañeros, eso no puede ser otra cosa que una buena señal. Pero después de dos varapalos, “J” me había enseñado lo contrario, que en una oposición la clave es justamente la diferenciación. No pude evitar pensar en una pintada que permaneció en una pared de la calle enfrente de mi casa, en donde se leía:

 

“Vosotros os reís de mí porque soy diferente, yo me rio de vosotros porque sois todos iguales”

 

En cualquier caso, no había nada que celebrar, con la transitoria la plaza permanecía inalcanzable, y todavía quedaba la parte de la programación y unidad didáctica. Lo particular, es que todos tendríamos que hacer esa segunda parte sin tener conocimiento ninguno de la nota del tema escrito.  Por otra parte, en Andalucía las plazas se asignaban por tribunales, y “S” estaba en otro tribunal en Andalucía, así que fue un alivio poder practicar junto a ella esa semana, sabiendo que no estábamos peleando por una plaza.

 

“S” estaba contenta con su tema escrito. Le había tocado uno de mis temas favoritos en donde yo había compartido con ella ese nuevo enfoque que había descubierto en enero. Si todo lo que había aprendido ese año se demostraba como cierto, mi opinión es que ese tema sería de los mejores del tribunal, ya que nadie, absolutamente nadie, plantearía un enfoque como ese. Puesto que “S” tenía algunas décimas de interinidad, fruto de su oposición de 2008, tal vez tendría opciones de doblegar a los interinos con mucha experiencia en la transitoria. No en vano, ahora venía la parte de la programación y la unidad, donde sin ninguna duda “S” sobresaldría por encima de los demás.

 

En esa última semana continué con los ensayos finales y llegué al día definitivo de la defensa rebosante de confianza. No era para menos, con los consejos de “J” y la ayuda de “S” mi exposición se había convertido en una máquina perfectamente engrasada. Había investigado tanto en los últimos meses sobre todo aquello que capta la atención de un tribunal, que para mí, esa defensa se elevaba a la categoría de ciencia. 

 

Llegó el día “D” y durante una hora ininterrumpida hice todo lo que había planificado. Para mí, más que un momento de nervios fue un momento de disfrute personal. Me había matado los últimos meses y era el momento de mostrar al mundo mi trabajo. Al acabar, el tribunal me felicitó por una defensa tan bien elaborada al tiempo que uno de ellos les decía los demás, delante mío, que a partir de ahora esa defensa se convertía en referencia respecto a todas las demás. Justo antes de irme, otro miembro del tribunal me paró y me preguntó si era yo quien había puesto en el tema escrito “tal y cual cosa”. Le contesté que sí y le pregunté cómo había llegado a la conclusión. Me dijo que ese tema escrito sobresalía sobre los demás, porque tenía un enfoque que ninguno más tenía, y que en mi exposición había visto ciertos rasgos de ese enfoque. 

 

Me marché de Málaga en una nube. El tribunal me había felicitado por mi defensa y poco más que me había asegurado que mi tema era el mejor de aquella oposición. Se me vino a la cabeza la conversación con “J” donde hacíamos los cálculos para obtener una plaza. Recordé como le instaba a ayudarme a cumplir mi parte de los cálculos, tener un 10 en todas las partes, y cómo le desafiaba con el hecho de que ya veríamos si los interinos cumplían su parte. Por primera vez, se abría un rayo de esperanza de conseguir algo que parecía imposible.

 

Los siguientes días esperando las calificaciones fueron una tortura china. Por fin llegó el día de las notas, que normalmente dejaban colgadas a las 9 de la mañana en los institutos donde se ha hecho el examen, pero que tarda varias horas en colgarse en internet. Esa mañana, cuando llegué a la universidad para trabajar, “S” me estaba esperando en la puerta. Estaba rebosando de alegría, había llamado al instituto y el conserje le había dado sus notas: un 10 en el tema escrito y un 9,6 de media en la parte de la programación y unidad didáctica. Era increíble, “S” había rozado la perfección y había acabado con un 10 en el tema escrito, que no era su punto fuerte.

 

Salí corriendo a mi despacho y busqué el teléfono del instituto para preguntar por las notas. ¡Habían salido ya! Pero la conserje me afirmó que no estaba autorizada a decir las notas. Le pregunté si se lo habían prohibido expresamente y me dijo que no. Tras varias veces suplicando accedió a decirme las notas: 8,91 en el tema escrito y 9,74 y 9,86 en la programación y en la unidad didáctica. Tiré el teléfono al suelo y salí corriendo al pasillo, y mientras me tiraba deslizándome de rodillas pegué un grito que retumbó por todo el edificio. ¡Vaaaaaaaaaamoooooooos!

 

“S” y yo llamamos al resto de compañeros. A dos de ellos no les había caído tema, pero a los otros 4 sí. “S” y yo les preguntamos cómo les había ido y todos alucinamos con las notas de las defensas: 9,7; 9,6; 9,5; 9,4; 9,4 y 9,2. Era increíble. Eramos 8 personas que nos habíamos presentado en 7 ciudades diferentes y la mínima nota era un 9,2. Nunca jamás nadie nos volvería a hablar de suerte. No a nosotros. Juntos habíamos crecido desde el desconocimiento absoluto de cómo hacer una oposición hasta alcanzar altos niveles de excelencia. Y todo se lo debíamos a “J”, el verdadero artífice de un método de preparación que convertía en oro todo lo que tocaba. TODO es entrenable.

 

Aunque parezca increíble en ese momento poco me importaba si tal vez no sería suficiente para la plaza. Por una parte, dos departamentos distintos de la universidad me habían ofrecido empezar el doctorado con ellos al mes siguiente, por lo que mi hoja de ruta alternativa parecía garantizada. Sin embargo, la verdadera satisfacción iba más allá de conseguir una plaza. Habían pasado 5 años desde mi inicio y  había sufrido una frustración tras otra. Lo peor de todo no eran los suspensos, era no saber por qué, era buscar una alternativa a esa excusa universal de la suerte y no encontrarla. Lo peor era ser derrotado una y otra vez sin haber presentado batalla, sin haber tenido nunca una opción real. Ahora, después de meses de ayuda de “J” y de cientos y cientos de horas de reflexión, había descifrado la oposición. 

 

Unas 3 horas después de esa llamada telefónica al conserje, salían las notas en internet. Abrí la pestaña de mi tribunal y me tuve que frotar los ojos. Las notas en el escrito eran algo así cómo: 2; 0,5; 1,5; 3; 2,5; 4; 1… Resulta que la mayoría de personas que había hecho el mismo tema que yo, estaban suspensos, y no sólo suspensos, sino que su nota era tan baja que a muchos no les valdrían sus puntos de experiencia para superarme. Recordé el día que salíamos del examen, y cómo todos asumían que sacarían una gran nota por haber puesto lo mismo que los demás. Pasa en todas las oposiciones, personas que no saben que eso equivale a suspenso. Me había pasado a mí las dos oposiciones anteriores y ahora les había pasado a ellos (y le seguirá pasando a muchos mientras el sistema sea el que es). 

 

El resumen es que la mayoría de los interinos no habían cumplido su parte. Los siguientes días, la tortura china continuó. Méritos provisionales, méritos definitivos, asignación de plazas por tribunales, asignación de plazas de discapacidad que han quedado libres, etc. Todos los plazos se fueron cumpliendo, hasta que se confirmó: ¡UNA PLAZA ERA MÍA!  

 

Se había conseguido lo imposible, una plaza como aspirante en el sistema de la transitoria. De los 8 compañeros que nos habíamos preparado con “J”, 6 nos sacamos la plaza (los otros dos lo hicieron la siguiente vez que se convocaron oposiciones). La preparación había sido un éxito total y había un responsable principal. Llamé a “J” por teléfono cinco minutos después de confirmarse la plaza para darle la noticia. Después de darme la enhorabuena, lo primero que me preguntó fue que si recordaba lo que me dijo al conocerme. Y lo que me dijo es que, con mi capacidad, si lo hubiera conocido años antes, hacía mucho tiempo que habría conseguido la plaza. 

 

Recordé en ese momento el encuentro en 2008, un año antes de la oposición y cómo una desconocida, “S”, me habló de un misterioso preparador que parecía saber todos los secretos de la oposición. Me vino “JC” a la memoria, cuando en 2009 entró de rebote en mi despacho y me aseguró que su cuñado era el mejor preparador de Castilla La Mancha. Parecía ayer esa primera conversación con “J”, cuando me garantizaba que la mitad de las plazas de toda una Comunidad Autónoma eran personas que él había preparado. También recordé como se lamentaba de que muchas personas le tachaban de arrogante por decirlo. ¿Por qué no voy a decirlo si es la verdad? – siempre se quejaba. Y es que hay una línea muy delgada entre arrogancia y confianza. 

 

Dice Mila Kunis que confianza es saber quien eres. Arrogancia es saber quien eres y restregárselo por la cara a todos los demás. Otra frase que me gusta dice que la arrogancia requiere publicidad, mientras que la confianza habla por sí misma. Te puedo asegurar que “J” tiene muy claro quien es sin restregárselo a los demás. Y que si se hubiera dado publicidad, hoy tú sabrías quien es “J” y él sería multimillonario. Créeme cuando te digo que el mundo necesita más gente como él.

 

Nunca tendré suficientes palabras de agradecimiento para “J”, ya que sin él nunca hubiera conseguido una plaza. Mucha gente se espanta con esta afirmación, en la que admito que mi plaza se la debo a él. La gente habla de mi capacidad de trabajo, de mi inteligencia o de mi talento, sin embargo, ya tenía todo eso en 2006 y en 2008 y lo único que conseguí fue un fiasco tras otro. “J” marcó la diferencia. 

 

Nota: aquí el mejor consejo que te van a dar sobre las oposiciones. Si estás perdido y no sabes por qué suspendes, si la gente sólo te habla de suerte y de la lotería de oposiciones, busca a tu “J”. Porque un buen preparador puede ser la diferencia entre el fracaso y el éxito.

 

Sin embargo, el mayor éxito que le atribuyo a “J” no es el hecho de que haya ayudado a tanta gente a obtener una plaza. Para mí, “J” vino a suponer un cambio completo de mentalidad. Despertó en mí una sed de conocimientos como no la había experimentado antes. Un continuo deseo de progreso en donde cada día competía conmigo mismo por ser mejor que el anterior. Fue la chispa que encendió  un fuego interior que se extiende por todas mis acciones hasta estos días. Sin ese fuego, nunca se hubiera creado la web de econosublime. Los libros de texto gratuitos que utilizan tantos alumnos nunca habrían sido escritos. Los vídeos del canal de youtube que alcanzan varios millones de visualizaciones, nunca se hubieran grabado. Las decenas de personas que he ayudado a conseguir plaza estos últimos años, jamás hubieran recibido mis consejos. El origen de todo ello, el origen de la chispa, es  “J”.

 

No hace falta  aclarar que “J” fue mi caballero blanco. Un ángel enviado del cielo que vino a levantarme cuando estaba deprimido y herido. Se encontró con un río seco y provocó una inundación. Alguien que puso alas en mí cuando no podía moverme. Por eso, nuestra canción de hoy es “Hymn for the weekend”.



El 2010 supuso el año de la redención. Habían sido 5 años extenuantes llenos de esfuerzo, sufrimiento y dolor, y ahora tocaba disfrutar de la vida. Desde ese momento no quería volver a oír hablar de nada relacionado con las oposiciones. Y de verdad que en ese momento lo pensaba, pero no mucho después, “J” volvería a entrar en escena para introducir en mi cabeza “la semilla de 2012”




LA PREPARACIÓN PARA UNAS OPOSICIONES DE SECUNDARIA Y FP


Mi experiencia en la preparación de oposiciones (resumen)


- Prólogo - Believer

- La decepción de 2006 - Only human

- El fracaso de 2008. -19 días y 500 noches después

- El caballero blanco de 2010- Oh ángel sent from up above.

- La semilla de 2012 - Moving. 

- Los experimentos de 2014 - Es mentira

- La prueba beta de 2016. - Whatever it takes

- El último gran héroe de 2018. - Eso que tú me das

- La prueba de fuego de 2021 - A contracorriente

- La mentalidad sublime de 2023. (en curso)


CONSEJOS PARA AFRONTAR UNAS OPOSICIONES DE SECUNDARIA Y FP 

- Consejo 1: busca un buen preparador

- Consejo 2: gestiona tu tiempo

- Consejo 3: adáptate al sistema

- Consejo 4: ponte dificultades

- Consejo 5: no te creas todo lo que oyes

- Consejo 6: Sé diferente 

- Consejo 7: Afila el hacha 


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